Así como en Ninguna Mujer Nace para Puta, reflexioné sobre la soledad de la puta, los parásitos de la prostitución, el estado proxeneta, la maternidad en la prostitución, hoy sigo pensando sobre ese territorio de explotación que es la prostitución, lo estudio desde la rabia, el dolor ,y desde mi propia incomodidad.
Incomodidad que me lleva a pensarlo desde un no lugar sabido, donde necesariamente debo desnudarlo, donde necesariamente debo por un rato parar de caminar para verlo, tocarlo, y comenzar a decontruirlo en mi naturalización.
Lo primero que visualicé fue la tortura diaria de los penes-picanas, de las palabras–látigos, y la puta esquina como campo de concentración a cielo abierto. Ver claramente este sistema, su mecanismo perfectamente organizado, su lenguaje amordázante e idiotizante, la humillación y vergüenza como “la marca de la puta”, desde la violación sistemática ejercida allí, puedo comenzar a nombrarlo desde otro lugar y a entender muchas cosas, de cómo las tienen ocupadas a las mujeres prostituidas, bien lejos de lugares contestatario, de una voz propia desobediente, por lo tanto jamás así romperán los velos de esta normalización violenta de las que ellas son sus actoras principales y nosotras y nosotros como sociedad somos cómplices directas /os por acción u omisión de ello.
Mirar, estudiar, y desnudar a la prostitución desde el campo de concentración, modificó mi manera de pensar y actuar sobre la problemática de la mujer prostituida, y sobre el torturador-prostituyente. Por eso pienso y actúo y escribo desde la mujer, no de la puta, me saque el corsé estereotipado que me pusieron, y que yo ayude abrocharlo,(por ignorancia,miedo y falta oportunidades,….) desde la mujer hablo, pienso, actúo y escribo sobre el torturador-prostituyente, ese partícipe principal de la explotación sexual de las mujeres, niñas/os; que es protegido por la sociedad-estado, y también por la mujer prostituida. Actúo, hablo y pienso y escribo desde la mujer sobre este estado-sistema proxeneta que es el dueño de la fabrica de putas.
Dice el diccionario real español, esquizofrenia: trastorno de la personalidad caracterizado por la escisión de las funciones afectivas e intelectivas.
La violencia cotidiana de la prostitución ejercida, administrada, producida sobre nuestros cuerpos y subjetividades, nos convierte en mujer-objeto- esquizofrénico. Nosotras empezamos ese caminar en el mismo momento que nos paran en la esquina, huimos de esa realidad violenta poniéndonos “anteojeras voluntarias” que es la mentira, el autoengaño, y la máscara.
Este ejercicio de separación del cuerpo y la mente, la mujer prostituida, lo realiza cada vez que entra en el cuarto –celda, y el momento que la paran en la esquina y en los encierros de los burdeles, es un proceso doloroso y angustiante, porque esa “HUIDA” es falsa, no has ido a ningún lado, solo escapaste unos segundos para meterte en otros guettos, familia, escuela, ongs, sindicatos….
Hoy me doy cuenta que además de vaciamiento, y bloqueo de los sentimientos, y saberes, el torturador-prostituyente traslada, corre, deposita en las personas prostituidas todo su odio y rencor en el cuerpo y subjetividad. Estas personas (mujer prostituida) no lo pueden “ver”, “sentir”, “leer”, “describir”, porque es parte de ese trastorno naturalizado en ella como puta. Por eso le cuesta reconocerse como victima, y como torturador-victimario a ellos. Por eso la mujer prostituida lo nombra como “mi clientito”, “mi cliente”, “mi amiguito” cuanto mas adulta-mayor es, mas se apropia de ella ese lenguaje deformante.
Hay torturadores-prostituyentes que pasan toda una vida violando a una mujer prostituida, además de “saliendo” con otras mujeres, allí se dá ese proceso de confusión en la puta, allí esas peleas por el torturador-prostituyente, que se da a cielo abierto y en los lugares cerrados. Ellos utilizan este atontamiento para administrar y fortalecer las diferencias. Allí esa confusión de creer que ese torturador-prostituyente te pertenece, allí también se da el síndrome de Estocolmo, muchas mujeres prostituidas enamoradas han parido hijos de policías, de torturadores-prostituyentes, y fiolos, los mismos que las llevaban detenidas, que las torturaban, y explotaban Allí se dá desde la puta es un clientito “bueno”, porque me “trata bien”, “me paga bien”, “me mantiene”. Verlo “bueno” a él, es verse buena ella. Ese proceso de depositar-trasladar todo lo que éste no quiere en su cuerpo- de su cuerpo, de su “ser”, hace que este privilegio de violar que tiene en este estado patriarcal-proxeneta- se dé en la forma mas violenta, a la vista de todos y todas y en la normalización mas extrema que estamos viviendo como sociedad esta violación.
En este campo de concentración ( prostitución) los cuerpos no solo son el campo de acción directa de torturas, sino que además son psicológicas, por ellos el 90 %,de las mujeres prostituidas terminan alcohólicas, empastilladas, inducidas al suicidio, y asesinadas.
Hay un cierto momento que el torturador-prostituyente deja de “torturar” para ser “torturado”,
Ya no le basta al torturador-prostituyente con violarte, manosearte, humillarte, también vos debes violarlo, lastimarlo, humillarlo, no estoy hablando de masoquismo, estoy hablando de que además de trasladar su odio, traslada su ejercicio de torturador a la victima. Ese ejercicio reproducido sistemáticamente y de una manera ambivalente, hace que yo persona, yo puta, yo mujer, yo victima, yo torturadora, yo torturada, no sea un “yo-propio, sino un “yo-el”. Esa ambivalencia es parte del cotidiano de la tortura administrada por el torturador- prostituyente y sostenida por la mujer prostituida, pero ésta no lo hace a “conciencia”, lo hace porque esta “atontada”, “anestesiada”. Por eso ellas no pueden pensarse por fuera del torturador y fiolo. Esta ambivalencia es el eje central de la normalización de este campo de concentración. La normalización, y la ambivalencia, es un preparado toxico en el que la puta queda atrapada.
Sonia Sanchez