a) Un análisis, descripción y evaluación de Sonia como comunicadora.
Me impresionó. Esta es la primera sensación de Sonia como comunicadora. Me pareció muy astuta, muy inteligente, atenta a pulsar al auditorio, con cierto manejo de las pausas y los efectos que sus palabras producían. No puedo asegurar si es cierta estrategia planificada o responde a una cuestión “intuitiva” pero la sensación era de una comunicadora experta, fluida.
Y provocadora. Jugaba con la delicadeza y la sutileza y en otros momentos era rotunda, desafiante, provocadora.
Por momentos parecía dudar pero creo que no dudaba nunca.
Jamás apeló a los golpes bajos, nunca una lamentación tanguera acerca del infortunio o la injusticia. Más bien era la confrontación decidida y clara con un sistema miserable y las preguntas que a las chicas y a ella como parte de las chicas, las recorrían.
Prudencia nunca exenta de claridad y precisión en la crítica política a ATE, sin desmerecer el reconocimiento a un espacio. Conmovedor el relato de los espejos y de la presencia de los cafishios en la reunión, sin caer en el autohalago.
Lenguaje fluido, manejo teatral de las pausas, cierta exactitud en el manejo de términos que parecían propias de alguna destreza académica y sin embargo surgían del fragor de una lucha que se me antoja terrible.
Y un tono delicado, sutil pero verificable de ternura en el decir.
En algún punto, solo parcialmente, me recreaba a Osvaldo (Cristalerías Avellaneda) pero con un perfil más alto.
Una comunicadora exquisita, esa es la sensación definitiva.
b) La explicación de no menos de cinco de las cuestiones que te dejaron pensando, y por qué, de todos los temas que tocamos ese sábado.
La Soledad: Lo pensaba mientras volvía en el tren. No sé si fue una cuestión trabajada explícitamente en el desarrollo de la jornada. Pero la soledad de la prostituta, esa inmensa fragilidad ante el abuso perpetuo y esa descalificación social ante su actividad me remitió a la soledad. Soledad de los afectos, soledad de los apoyos, soledad del cuerpo ante otro cuerpo ansioso y negador del propio cuerpo de la prostituta, soledad al regreso después de una jornada de trabajo, soledad ante la mirada del otro que las reclama, soledad en un mano a mano de una desigualdad obscena, soledad…Mucha soledad.
Los Prejuicios con una pátina de cinismo intelectual: Se abrió un debate o algo así (dudo incluso que tuviera la envergadura de un debate) acerca del víctimas y victimarios y me dio vergüenza ajena. Hay cosas que son muy claras en el medio de la confusión general. Y querer homologar la situación del prostituyente al de la prostituta es de una ignorancia supina o un acto de mala fe. Y otra vez aparece la cuestión de la soledad. Porque estos “análisis” también dan cuenta del extraordinario volumen de la soledad de las prostitutas.
Los cuerpos: Sonia en la charla dejó caer la cuestión de los cuerpos. Desgaste, goce falso, esa extraordinaria pregunta acerca de cuantos hombres pasan por el cuerpo de una prostituta para que haga un buen día. Las cifras estremecen. Después pensé en términos de una aritmética perversa, degradante, increíble. Deterioro, pérdida de las sensaciones, crecimiento de la anestesia corporal…¿Dónde está el otro para una prostituta? ¿Cuál es el cuerpo que cobija, que apaña, que abraza, que contiene?. ¿Qué cuerpo?. ¿Qué lugar ocupa el propio cuerpo, si ocupa algún lugar?.
Los insultos: Alguna vez pensé en la descalificación que Vos Sergio, planteaste. El hijo de puta. Qué es cierto que puede tener una connotación admirativa pero en última instancia siempre es descalificadota. Cualquier expresión asociada con la palabra puta siempre tiene una carga peyorativa, forma parte del universo de lo despreciable, de lo que hipócritamente se rechaza cuando, a su vez, las putas juegan como realidad y fantasía un papel casi decisivo en los juegos acerca de la sexualidad. Pero la visibilidad de esto es reducida a dos o tres fórmulas estúpidas y siempre prima el basurero ideológico. Dolor ante el insulto, dolor y estupor ante mis propias miserias.
El interrogatorio de Sonia a partir del estupendo juego abierto: Preguntas aparentemente inocentes, simples, elementales que generaron un clima de incomodidad, había que abrir el juego y no se pudo. Ella escuchaba, creo que con cierta benevolencia, nuestras balbuceantes respuestas, a veces tamizadas con cierto revestimiento intelectual y en otras con mucha timidez en términos de reconocer aquello de lo cuál uno se avergüenza (mi caso). Porque era una puta preguntando a la gente y no la gente preguntándole a la puta. Potentísimo. Conmocionante.
c) La cuestión: ¿cuándo te sentís puta y cuándo prostituyente?
No sé si voy a interpretar el sentido o la búsqueda de la pregunta pero todos somos putas en muchos casos. Nos vendemos, nos alquilamos, nos entregamos sin sentir nada, apenas para sobrevivir y vivimos nuestra propia descalificación a perpetuidad. Y somos cafishiados por algún patrón de turno.. Explícita o implícitamente.
Y todos somos prostituyentes. A alguien sometemos, con alguien hacemos abuso de poder y obligamos a alguna cosa, a algún juego perverso en busca de nuestra propia satisfacción, nuestra propia necesidad, nuestro propio deseo donde el otro es apenas un objeto, nunca un sujeto.
Por supuesto, para que a nadie se le caigan los anillos, cuando digo todos, digo muchos.
d) Todo lo que sientas que querés contar, fuera de estas preguntas…..Quiero solo decir que la experiencia me pareció muy fuerte, tal vez sea una cuestión generacional, no lo sé… Y que me pareció desopilante e inaccesible para mis pobres conocimientos (tal vez esté muy equivocado) la diferencia “abismal” que estableció un compañero entre comunicador y periodista. Es posible que mi asombro sea hijo de la ignoran
Me impresionó. Esta es la primera sensación de Sonia como comunicadora. Me pareció muy astuta, muy inteligente, atenta a pulsar al auditorio, con cierto manejo de las pausas y los efectos que sus palabras producían. No puedo asegurar si es cierta estrategia planificada o responde a una cuestión “intuitiva” pero la sensación era de una comunicadora experta, fluida.
Y provocadora. Jugaba con la delicadeza y la sutileza y en otros momentos era rotunda, desafiante, provocadora.
Por momentos parecía dudar pero creo que no dudaba nunca.
Jamás apeló a los golpes bajos, nunca una lamentación tanguera acerca del infortunio o la injusticia. Más bien era la confrontación decidida y clara con un sistema miserable y las preguntas que a las chicas y a ella como parte de las chicas, las recorrían.
Prudencia nunca exenta de claridad y precisión en la crítica política a ATE, sin desmerecer el reconocimiento a un espacio. Conmovedor el relato de los espejos y de la presencia de los cafishios en la reunión, sin caer en el autohalago.
Lenguaje fluido, manejo teatral de las pausas, cierta exactitud en el manejo de términos que parecían propias de alguna destreza académica y sin embargo surgían del fragor de una lucha que se me antoja terrible.
Y un tono delicado, sutil pero verificable de ternura en el decir.
En algún punto, solo parcialmente, me recreaba a Osvaldo (Cristalerías Avellaneda) pero con un perfil más alto.
Una comunicadora exquisita, esa es la sensación definitiva.
b) La explicación de no menos de cinco de las cuestiones que te dejaron pensando, y por qué, de todos los temas que tocamos ese sábado.
La Soledad: Lo pensaba mientras volvía en el tren. No sé si fue una cuestión trabajada explícitamente en el desarrollo de la jornada. Pero la soledad de la prostituta, esa inmensa fragilidad ante el abuso perpetuo y esa descalificación social ante su actividad me remitió a la soledad. Soledad de los afectos, soledad de los apoyos, soledad del cuerpo ante otro cuerpo ansioso y negador del propio cuerpo de la prostituta, soledad al regreso después de una jornada de trabajo, soledad ante la mirada del otro que las reclama, soledad en un mano a mano de una desigualdad obscena, soledad…Mucha soledad.
Los Prejuicios con una pátina de cinismo intelectual: Se abrió un debate o algo así (dudo incluso que tuviera la envergadura de un debate) acerca del víctimas y victimarios y me dio vergüenza ajena. Hay cosas que son muy claras en el medio de la confusión general. Y querer homologar la situación del prostituyente al de la prostituta es de una ignorancia supina o un acto de mala fe. Y otra vez aparece la cuestión de la soledad. Porque estos “análisis” también dan cuenta del extraordinario volumen de la soledad de las prostitutas.
Los cuerpos: Sonia en la charla dejó caer la cuestión de los cuerpos. Desgaste, goce falso, esa extraordinaria pregunta acerca de cuantos hombres pasan por el cuerpo de una prostituta para que haga un buen día. Las cifras estremecen. Después pensé en términos de una aritmética perversa, degradante, increíble. Deterioro, pérdida de las sensaciones, crecimiento de la anestesia corporal…¿Dónde está el otro para una prostituta? ¿Cuál es el cuerpo que cobija, que apaña, que abraza, que contiene?. ¿Qué cuerpo?. ¿Qué lugar ocupa el propio cuerpo, si ocupa algún lugar?.
Los insultos: Alguna vez pensé en la descalificación que Vos Sergio, planteaste. El hijo de puta. Qué es cierto que puede tener una connotación admirativa pero en última instancia siempre es descalificadota. Cualquier expresión asociada con la palabra puta siempre tiene una carga peyorativa, forma parte del universo de lo despreciable, de lo que hipócritamente se rechaza cuando, a su vez, las putas juegan como realidad y fantasía un papel casi decisivo en los juegos acerca de la sexualidad. Pero la visibilidad de esto es reducida a dos o tres fórmulas estúpidas y siempre prima el basurero ideológico. Dolor ante el insulto, dolor y estupor ante mis propias miserias.
El interrogatorio de Sonia a partir del estupendo juego abierto: Preguntas aparentemente inocentes, simples, elementales que generaron un clima de incomodidad, había que abrir el juego y no se pudo. Ella escuchaba, creo que con cierta benevolencia, nuestras balbuceantes respuestas, a veces tamizadas con cierto revestimiento intelectual y en otras con mucha timidez en términos de reconocer aquello de lo cuál uno se avergüenza (mi caso). Porque era una puta preguntando a la gente y no la gente preguntándole a la puta. Potentísimo. Conmocionante.
c) La cuestión: ¿cuándo te sentís puta y cuándo prostituyente?
No sé si voy a interpretar el sentido o la búsqueda de la pregunta pero todos somos putas en muchos casos. Nos vendemos, nos alquilamos, nos entregamos sin sentir nada, apenas para sobrevivir y vivimos nuestra propia descalificación a perpetuidad. Y somos cafishiados por algún patrón de turno.. Explícita o implícitamente.
Y todos somos prostituyentes. A alguien sometemos, con alguien hacemos abuso de poder y obligamos a alguna cosa, a algún juego perverso en busca de nuestra propia satisfacción, nuestra propia necesidad, nuestro propio deseo donde el otro es apenas un objeto, nunca un sujeto.
Por supuesto, para que a nadie se le caigan los anillos, cuando digo todos, digo muchos.
d) Todo lo que sientas que querés contar, fuera de estas preguntas…..Quiero solo decir que la experiencia me pareció muy fuerte, tal vez sea una cuestión generacional, no lo sé… Y que me pareció desopilante e inaccesible para mis pobres conocimientos (tal vez esté muy equivocado) la diferencia “abismal” que estableció un compañero entre comunicador y periodista. Es posible que mi asombro sea hijo de la ignoran
Una carta para Sonia.
Sonia:
Quizás no te acuerdes de mí ya que nos vimos una sola vez, me llamo Alexis. Soy de Misiones, y me tome el atrevimiento para escribirte y comentarte algunas cosas. A partir de la charla que mantuvimos con vos semanas atrás en la cátedra, surgieron una serie de cosas para pensar, reflexionar, y continuar indagando y desnaturalizando sobre las cuestiones que fueron surgiendo.
Creo que ya te había dicho durante aquel encuentro que soy estudiante de comunicación social, y que estoy dentro de un grupo de teatro comunitario ¿no? Me gustaría que retengas la palabra comunicación por un momento en tu mente, porque en vos, he percibido una capacidad impresionante para no perder el hilo del discurso, para no perder la calma aun en los momentos en los cuales el relato entra en esas zonas lúgubres y tristes: rutas confusas, cuyo itinerario se vuelve oneroso a causa de lo lastimero que puede resultarnos lo que se está contando.
Recalco esos atributos discursivos y emocionales, porque creo que son huestes que todo comunicador quisiera ir desarrollando, y que en vos son cuestiones al parecer esenciales.
Sentí eso por ejemplo, cuando nos comentaste de los “edictos policiales”, la privación constante de la libertad de la cual han sido y son victimas, las relaciones con los maridos donde lejos de los eufemismos, nos señalaste a leer, en vez de “maridos ” proxenetas…. Es decir, mirándote desde esta perspectiva, realmente tuviste la fuerza para tomar las riendas del debate y hacer aflorar en nosotros un montón de “decires” que, apaciguados primero, de a poquito fueron saliendo.
Gran potencial comunicativo el tuyo Sonia. Y no quiero que pienses que son meros argumentos que sirven para analizarte como una comunicadora. Más bien se trata de decir lo que percibí en esas dos horas y pico de charla que tuvimos.
Hubieron muchas cosas que me hicieron pensar mientras hablabas: la violencia humana, la lucha constante con uno mismo -por saber quien se es en realidad- y con los otros, - para saber quienes son los otros-, el compañerismo, la experiencia, la dignidad…
Y vinieron las preguntas: ¿qué es ser mujer?; ¿que es identidad? ¿Qué son los derechos humanos? ¿Se respetan nuestros derechos? ¿Como se ejercen los derechos en la práctica? Tal fue la profundidad de cuestionamiento y desnaturalización conceptual que llegó a alcanzar el debate.
¿Porque indagamos sobre estas cuestiones?; la respuesta desde mi punto de vista es que fueron saliendo porque hay demasiadas cosas que creemos saber y las repetimos, pero casi nunca medimos el peso que tienen y lo que significan. También fueron saliendo porque eran necesario problematizar lo que se dice o se cree decir con cada una de ellas. Sonia, quiero que sepas que a veces cuando siento bronca por algo “ puteo ” un poco para sacarme la bronca: “ puta madre me olvide de hacer tal cosa ” , “ esta mina es una puta ” , “ que hijos de puta que son estos tipos ” …. Creo que nos pasó a todos los que tenemos en nuestro vocabulario habitual esa palabrita, que nos pusimos a pensar un poco cuando te escuchábamos a vos. Es decir: ¿De quien estoy hablando cuando insulto a alguien diciéndole por ejemplo: hijo de puta?, ¿de vos?, ¿de tus compañeras?, ¿de las mujeres a las cuales muchas veces vemos en las esquinas por las noches?
Ahora empecé a pensar un poco más sobre mis insultos y sobre las palabras. No para hablar más lindo sino porque ellas – las palabras- nos ayudan a clasificar y a nombrar todo lo que vemos, pensamos y sentimos. Inmensa importancia tienen las palabras y como se las emplean.
A propósito de esto, creo haber escuchado que en la charla alguien dijo: “Habría que indagar sobre un nuevo paradigma de las palabras”, y justamente es eso. Las palabras y las cosas ya no solamente abarcan lo que creemos estar nombrando o haciendo al decir, sino mucho más. Un universo inabarcable y tal vez infinito de significaciones nunca exploradas del todo.
En que quilombo nos metimos ¿no Sonia?…, digo, con esto de las palabras, las cosas y todo…. Debe ser como también se dijo durante la charla no, esto de que en realidad nos hicieron creer que somos incapaces e inservibles cuando vemos que podemos cuestionar, aprender y construir; porque si hay algo que nos sobra es creatividad. Esa creatividad y fuerzas que han hecho que ustedes se organicen, que se pongan en contacto con sus otras compañeras y empiecen a tocar las puertas y recorran calles para ver como se empezaban a armar en la lucha. Esa misma creatividad que hubo en la muestra que impulsaron: “Ninguna mujer nace para puta”.
La verdad que no pude ir hasta el Centro Cultural a ver esta muestra. Leí sobre la repercusión que tuvo y los debates que se gestaron y siguen surgiendo a raíz de esa propuesta. Y para todo eso, creo, hay que tener garra, ganas de hacer cosas y ganas de ser escuchada Sonia.
Me pareció muy interesante esa reunión, que nos comentaste, se hacen todos los miércoles, y que, si mal no recuerdo se llama “Espacio de Mujer”. Cuando describiste como se desarrolló ese espacio y de que se trataba, las imágenes de tu relato fueron plasmándose en mi mente: Alrededor de cincuenta mujeres sentadas en el suelo, en ronda, “siempre era el suelo”, nos comentabas vos, nada de sillas, y ahí se empazaba a charlar sobre “el ser o no ser”.
Costaba mucho al parecer que fueran sacándose afuera los miedos: otra vez la pregunta disparadora se escuchaba en aquella sala: “¿Qué somos? “ Mujeres” decían en voz baja algunas, otras voces más atrás se hacían escuchar: “pobres”; y en eso, buscando respuestas entre tanta confusión sobre quien y que se era, se escuchó una voz temblorosa, enclenque que susurro: “prostitutas”.
No puedo olvidarme también de aquella anécdota del espejo. Fuiste a aquellas tiendas de “ Todo por dos pesos ” buscando una cantidad de espejitos pequeños que alcance para todo el grupo y marchaste al lugar de encuentro. Cuando entraste y les propusiste a tus compañeras hacer el ejercicio te percataste, previamente, de cerrar las cortinas y descolgar el teléfono para que ningún ruido perturbe aquella práctica. -Heee!!! Sonia, otra vez con esas boludeses. Protestaban algunas del grupo.
Hasta que aflojaron. La consigna era, nos contaste, que se tomen quince minutos de las veinticuatro horas de sus vidas para pensar en nada más que en ellas mismas. –tal vez en un intento de hurgar internamente, buscando la esencia del ser. Tamaño ejercicio Sonia que hasta al mismo Sartre hubiera conmovido-.
¿Nunca quizás habrás pensado como iba terminar la hazaña no?; cuando lo escuché yo tampoco atisbe a pensar que era lo que podía pasar. Pero tales resultaron las cosas según nos contaste: en el suelo, en ronda, todas tenían en sus manos aquellos espejos, cuyos rostros en ellos se veían reflejados. Aquellas caras con una sonrisa primero, luego empezaron a modificarse siempre silenciosas y ya eran rostros más serios, hasta que las lagrimas empezaron a recorrer algunas mejillas, y la energía se hizo más intensa en aquella sala.
Todas estaban quizás con mil ideas en su mente, con mucho dolor y confusión pero también, pienso, sintiendo regocijo por aquél momento donde algo estaba sacándose afuera. Vos después de pensar en llamar a alguna amiga sicóloga, decidiste no romper aquél hechizo. Esos quince minutos fueron entonces una eternidad.
Pienso Sonia, que con esa anécdota demostraste que con tus compañeras se pudieron parar en otro lado y reflexionar. Cuando hoy todo es vertiginoso, veloz y efímero, las consignas fueron tratar de hacer todo lo contrario para meditar. Y pararse en la otra orilla, actuar desde otro lado, era cuestionar los edictos policiales, fue escuchar aquellas palabras de las antropólogas que te decían a vos y tus compañeras “deben organizarse, y hacer valer y exigir sus derechos”.
Entiendo aquello que cuestionabas cuando tirabas esta pregunta en la cátedra ¿le vamos a enseñar a nuestras compañeras sobre la salud y la prevención de las ETS en el calabozo?, ¿vamos a hablar sobre la libertad con ellas en el calabozo? Esas no creo, al igual que vos, que sean las condiciones para poder aprender, ni siquiera para pensar. Pero sospecho Sonia, que cuando reprimen y le expropian a uno/a su libertad lo que se esta buscando es justamente que no se pueda pensar.
En un libro llamado Principios de Reconstrucción Social el Filósofo Bentrand Russell decía sobre el ejercicio de pensar: “Los hombres le temen al pensamiento más que a cualquier otra cosa en el mundo, más que a la ruina, incluso más que a la muerte. El pensamiento es subversivo y revolucionario, destructivo y terrible, el pensamiento es despiadado con los privilegios, las instituciones establecidas y las costumbres cómodas, el pensamiento es anárquico y fuera de la ley, indiferente a la autoridad, descuidado con la sabiduría del pasado. Pero si el pensamiento ha de ser posesión de muchos y no el privilegio de unos cuantos, tenemos que enfrentarnos con el miedo, es el miedo el que detiene al hombre, miedo de que sus creencias entrañables no vayan a ser ilusiones, miedo de que ellos mismos resulten menos dignos de respeto de lo que habían supuesto” “¿Va a pensar libremente el trabajador sobre la propiedad? ¿Entonces que será de nosotros los ricos? Van a pensar libremente los chicos y los chicas jóvenes sobre el sexo?¿Entonces que será de la moral? ¿Van a pensar libremente los soldados sobre la guerra? ¿Y entonces que será de la disciplina militar? Fuera el pensamiento. Volvamos a los fantasmas del prejuicio, no vayan a estar la propiedad, la moral y la guerra en peligro. Es mejor que los hombres sean estupidos, amorfos y tiránicos, antes de que sus pensamientos sean libres. Porque si sus pensamientos son libres seguramente no pensarán como nosotros. Y este desastre debe evitarse a toda costa, así argumentan los enemigos del pensamiento en las profundidades inconscientes de sus almas y así actúan en la escuela, en la iglesia y en la universidad”
Quería compartir esa frase porque encierra todo lo que representa la lucha que ustedes están librando Sonia, pensando desde otro lado, tratando de decir BASTA!!
Antes de terminar, quería decirte algunas cositas sobre aquello en que nos habíamos enredado en la cátedra: lo de responder cuando te sentís prostituyente y cuando puto.
Me siento puto, cuando me callo de las cosas que me molestan por miedo a ocasionar problemas; cuando tengo que hacer cosas que no me gustan, cuando me tratan mal. Y me siento prostituyente cuando veo todo el chorizo de trámites que tiene que hacer una persona mayor, para poder jubilarse por ejemplo. Que no entiende nada de computadoras y páginas de Internet y le sacan hasta setecientos pesos para tramitarles los papeles. Personas que laburaron toda su vida tienen que andar jodiendo todavía con esos quilombos burocráticos y nosotros no hacemos más que mirar. También me siento prostituyente cuando se que no hago nada para acompañar a los vecinos del Brete en su lucha para que no le expropien sus terrenos los dueños de las represas. Me siento prostituyente cuando no soy un buen hermano o un buen compañero.
En fin, creo que la mayoría de estas cosas Sonia se van aprendiendo: a ser buen hermano, compañero, ciudadano, amigo… pero hay que empezar a aprender…. Sino nos estancamos.
Por el momento me despido. Sin antes decirte que tu charla fue un testimonio de un problema no solo tuyo sino de toda una sociedad. Hay que animarse a abrir los ojos a tiempo.
Gracias.
La palabra de Sonia
Sonia:
Quizás no te acuerdes de mí ya que nos vimos una sola vez, me llamo Alexis. Soy de Misiones, y me tome el atrevimiento para escribirte y comentarte algunas cosas. A partir de la charla que mantuvimos con vos semanas atrás en la cátedra, surgieron una serie de cosas para pensar, reflexionar, y continuar indagando y desnaturalizando sobre las cuestiones que fueron surgiendo.
Creo que ya te había dicho durante aquel encuentro que soy estudiante de comunicación social, y que estoy dentro de un grupo de teatro comunitario ¿no? Me gustaría que retengas la palabra comunicación por un momento en tu mente, porque en vos, he percibido una capacidad impresionante para no perder el hilo del discurso, para no perder la calma aun en los momentos en los cuales el relato entra en esas zonas lúgubres y tristes: rutas confusas, cuyo itinerario se vuelve oneroso a causa de lo lastimero que puede resultarnos lo que se está contando.
Recalco esos atributos discursivos y emocionales, porque creo que son huestes que todo comunicador quisiera ir desarrollando, y que en vos son cuestiones al parecer esenciales.
Sentí eso por ejemplo, cuando nos comentaste de los “edictos policiales”, la privación constante de la libertad de la cual han sido y son victimas, las relaciones con los maridos donde lejos de los eufemismos, nos señalaste a leer, en vez de “maridos ” proxenetas…. Es decir, mirándote desde esta perspectiva, realmente tuviste la fuerza para tomar las riendas del debate y hacer aflorar en nosotros un montón de “decires” que, apaciguados primero, de a poquito fueron saliendo.
Gran potencial comunicativo el tuyo Sonia. Y no quiero que pienses que son meros argumentos que sirven para analizarte como una comunicadora. Más bien se trata de decir lo que percibí en esas dos horas y pico de charla que tuvimos.
Hubieron muchas cosas que me hicieron pensar mientras hablabas: la violencia humana, la lucha constante con uno mismo -por saber quien se es en realidad- y con los otros, - para saber quienes son los otros-, el compañerismo, la experiencia, la dignidad…
Y vinieron las preguntas: ¿qué es ser mujer?; ¿que es identidad? ¿Qué son los derechos humanos? ¿Se respetan nuestros derechos? ¿Como se ejercen los derechos en la práctica? Tal fue la profundidad de cuestionamiento y desnaturalización conceptual que llegó a alcanzar el debate.
¿Porque indagamos sobre estas cuestiones?; la respuesta desde mi punto de vista es que fueron saliendo porque hay demasiadas cosas que creemos saber y las repetimos, pero casi nunca medimos el peso que tienen y lo que significan. También fueron saliendo porque eran necesario problematizar lo que se dice o se cree decir con cada una de ellas. Sonia, quiero que sepas que a veces cuando siento bronca por algo “ puteo ” un poco para sacarme la bronca: “ puta madre me olvide de hacer tal cosa ” , “ esta mina es una puta ” , “ que hijos de puta que son estos tipos ” …. Creo que nos pasó a todos los que tenemos en nuestro vocabulario habitual esa palabrita, que nos pusimos a pensar un poco cuando te escuchábamos a vos. Es decir: ¿De quien estoy hablando cuando insulto a alguien diciéndole por ejemplo: hijo de puta?, ¿de vos?, ¿de tus compañeras?, ¿de las mujeres a las cuales muchas veces vemos en las esquinas por las noches?
Ahora empecé a pensar un poco más sobre mis insultos y sobre las palabras. No para hablar más lindo sino porque ellas – las palabras- nos ayudan a clasificar y a nombrar todo lo que vemos, pensamos y sentimos. Inmensa importancia tienen las palabras y como se las emplean.
A propósito de esto, creo haber escuchado que en la charla alguien dijo: “Habría que indagar sobre un nuevo paradigma de las palabras”, y justamente es eso. Las palabras y las cosas ya no solamente abarcan lo que creemos estar nombrando o haciendo al decir, sino mucho más. Un universo inabarcable y tal vez infinito de significaciones nunca exploradas del todo.
En que quilombo nos metimos ¿no Sonia?…, digo, con esto de las palabras, las cosas y todo…. Debe ser como también se dijo durante la charla no, esto de que en realidad nos hicieron creer que somos incapaces e inservibles cuando vemos que podemos cuestionar, aprender y construir; porque si hay algo que nos sobra es creatividad. Esa creatividad y fuerzas que han hecho que ustedes se organicen, que se pongan en contacto con sus otras compañeras y empiecen a tocar las puertas y recorran calles para ver como se empezaban a armar en la lucha. Esa misma creatividad que hubo en la muestra que impulsaron: “Ninguna mujer nace para puta”.
La verdad que no pude ir hasta el Centro Cultural a ver esta muestra. Leí sobre la repercusión que tuvo y los debates que se gestaron y siguen surgiendo a raíz de esa propuesta. Y para todo eso, creo, hay que tener garra, ganas de hacer cosas y ganas de ser escuchada Sonia.
Me pareció muy interesante esa reunión, que nos comentaste, se hacen todos los miércoles, y que, si mal no recuerdo se llama “Espacio de Mujer”. Cuando describiste como se desarrolló ese espacio y de que se trataba, las imágenes de tu relato fueron plasmándose en mi mente: Alrededor de cincuenta mujeres sentadas en el suelo, en ronda, “siempre era el suelo”, nos comentabas vos, nada de sillas, y ahí se empazaba a charlar sobre “el ser o no ser”.
Costaba mucho al parecer que fueran sacándose afuera los miedos: otra vez la pregunta disparadora se escuchaba en aquella sala: “¿Qué somos? “ Mujeres” decían en voz baja algunas, otras voces más atrás se hacían escuchar: “pobres”; y en eso, buscando respuestas entre tanta confusión sobre quien y que se era, se escuchó una voz temblorosa, enclenque que susurro: “prostitutas”.
No puedo olvidarme también de aquella anécdota del espejo. Fuiste a aquellas tiendas de “ Todo por dos pesos ” buscando una cantidad de espejitos pequeños que alcance para todo el grupo y marchaste al lugar de encuentro. Cuando entraste y les propusiste a tus compañeras hacer el ejercicio te percataste, previamente, de cerrar las cortinas y descolgar el teléfono para que ningún ruido perturbe aquella práctica. -Heee!!! Sonia, otra vez con esas boludeses. Protestaban algunas del grupo.
Hasta que aflojaron. La consigna era, nos contaste, que se tomen quince minutos de las veinticuatro horas de sus vidas para pensar en nada más que en ellas mismas. –tal vez en un intento de hurgar internamente, buscando la esencia del ser. Tamaño ejercicio Sonia que hasta al mismo Sartre hubiera conmovido-.
¿Nunca quizás habrás pensado como iba terminar la hazaña no?; cuando lo escuché yo tampoco atisbe a pensar que era lo que podía pasar. Pero tales resultaron las cosas según nos contaste: en el suelo, en ronda, todas tenían en sus manos aquellos espejos, cuyos rostros en ellos se veían reflejados. Aquellas caras con una sonrisa primero, luego empezaron a modificarse siempre silenciosas y ya eran rostros más serios, hasta que las lagrimas empezaron a recorrer algunas mejillas, y la energía se hizo más intensa en aquella sala.
Todas estaban quizás con mil ideas en su mente, con mucho dolor y confusión pero también, pienso, sintiendo regocijo por aquél momento donde algo estaba sacándose afuera. Vos después de pensar en llamar a alguna amiga sicóloga, decidiste no romper aquél hechizo. Esos quince minutos fueron entonces una eternidad.
Pienso Sonia, que con esa anécdota demostraste que con tus compañeras se pudieron parar en otro lado y reflexionar. Cuando hoy todo es vertiginoso, veloz y efímero, las consignas fueron tratar de hacer todo lo contrario para meditar. Y pararse en la otra orilla, actuar desde otro lado, era cuestionar los edictos policiales, fue escuchar aquellas palabras de las antropólogas que te decían a vos y tus compañeras “deben organizarse, y hacer valer y exigir sus derechos”.
Entiendo aquello que cuestionabas cuando tirabas esta pregunta en la cátedra ¿le vamos a enseñar a nuestras compañeras sobre la salud y la prevención de las ETS en el calabozo?, ¿vamos a hablar sobre la libertad con ellas en el calabozo? Esas no creo, al igual que vos, que sean las condiciones para poder aprender, ni siquiera para pensar. Pero sospecho Sonia, que cuando reprimen y le expropian a uno/a su libertad lo que se esta buscando es justamente que no se pueda pensar.
En un libro llamado Principios de Reconstrucción Social el Filósofo Bentrand Russell decía sobre el ejercicio de pensar: “Los hombres le temen al pensamiento más que a cualquier otra cosa en el mundo, más que a la ruina, incluso más que a la muerte. El pensamiento es subversivo y revolucionario, destructivo y terrible, el pensamiento es despiadado con los privilegios, las instituciones establecidas y las costumbres cómodas, el pensamiento es anárquico y fuera de la ley, indiferente a la autoridad, descuidado con la sabiduría del pasado. Pero si el pensamiento ha de ser posesión de muchos y no el privilegio de unos cuantos, tenemos que enfrentarnos con el miedo, es el miedo el que detiene al hombre, miedo de que sus creencias entrañables no vayan a ser ilusiones, miedo de que ellos mismos resulten menos dignos de respeto de lo que habían supuesto” “¿Va a pensar libremente el trabajador sobre la propiedad? ¿Entonces que será de nosotros los ricos? Van a pensar libremente los chicos y los chicas jóvenes sobre el sexo?¿Entonces que será de la moral? ¿Van a pensar libremente los soldados sobre la guerra? ¿Y entonces que será de la disciplina militar? Fuera el pensamiento. Volvamos a los fantasmas del prejuicio, no vayan a estar la propiedad, la moral y la guerra en peligro. Es mejor que los hombres sean estupidos, amorfos y tiránicos, antes de que sus pensamientos sean libres. Porque si sus pensamientos son libres seguramente no pensarán como nosotros. Y este desastre debe evitarse a toda costa, así argumentan los enemigos del pensamiento en las profundidades inconscientes de sus almas y así actúan en la escuela, en la iglesia y en la universidad”
Quería compartir esa frase porque encierra todo lo que representa la lucha que ustedes están librando Sonia, pensando desde otro lado, tratando de decir BASTA!!
Antes de terminar, quería decirte algunas cositas sobre aquello en que nos habíamos enredado en la cátedra: lo de responder cuando te sentís prostituyente y cuando puto.
Me siento puto, cuando me callo de las cosas que me molestan por miedo a ocasionar problemas; cuando tengo que hacer cosas que no me gustan, cuando me tratan mal. Y me siento prostituyente cuando veo todo el chorizo de trámites que tiene que hacer una persona mayor, para poder jubilarse por ejemplo. Que no entiende nada de computadoras y páginas de Internet y le sacan hasta setecientos pesos para tramitarles los papeles. Personas que laburaron toda su vida tienen que andar jodiendo todavía con esos quilombos burocráticos y nosotros no hacemos más que mirar. También me siento prostituyente cuando se que no hago nada para acompañar a los vecinos del Brete en su lucha para que no le expropien sus terrenos los dueños de las represas. Me siento prostituyente cuando no soy un buen hermano o un buen compañero.
En fin, creo que la mayoría de estas cosas Sonia se van aprendiendo: a ser buen hermano, compañero, ciudadano, amigo… pero hay que empezar a aprender…. Sino nos estancamos.
Por el momento me despido. Sin antes decirte que tu charla fue un testimonio de un problema no solo tuyo sino de toda una sociedad. Hay que animarse a abrir los ojos a tiempo.
Gracias.
La palabra de Sonia
La dureza y la valentía de la palabra directa obliga. Cada quien queda en deuda. Debe intentar hacer ese mismo ejercicio profundo y doloroso: reconocer qué lugar ocupa en la cadena mortífera de torturadores y torturados en que se transforma el mundo bajo la luz que proyecta la palabra de la puta. Pero no para quedar a salvo. Todo lo contrario: para reconocer en nosotros una complicidad, un goce en la sumisión, una servidumbre voluntaria. En otras palabras: reconocer la voz prestada que habla en nosotros. Esa voz del torturador interiorizada, junto al cuerpo aterrorizado del torturado; aquella misma que recibe una palabra de mando y que está entrenada en la obediencia. Voz del poder, cuerpo rigidizado, negado, entregado. Ese parece ser el punto de partida para tomar la palabra: la indagación en nosotros mismos de este juego de fuerzas en que el poder siempre se pretende vencedor, haciendo de nuestros afectos, afectos de sumisión. Por eso, antes de la palabra viene el vómito.
No es fácil encontrar la fragilidad necesaria para investigar en nosotros y decirnos en voz alta las palabras que nos paralizan. Escuchar cómo salen de nuestra garganta, llenas de angustia. La escuchamos a Sonia: vemos la fuerza que pone en juego para decir “puta” y, en ese momento, desarmar todo lo que en esa palabra la atemoriza, inhibe y lastima.
Sonia nos obliga a esa misma pregunta. Porque ella hizo de ese ejercicio una interpelación pública. Se queda sin refugio, sin falsas dignidades ni protecciones mentirosas. Y desde allí nos habla. Por eso, al escucharla, quedamos obligados a poner sobre la mesa nuestros propios miedos y privilegios. No hay posición desde la que escuchar a Sonia que no exija ponernos a nosotros/as mismos/as en ese estado de desnudez y valentía para intentar estar a la altura de su palabra.
Nuestros cuerpos han estado durante mucho tiempo endurecidos por el esfuerzo de tapar y soportar nuestros agujeros, nuestros miedos. En torno a ellos se entretejen los hilos de una complicidad que suele ahogar hasta los gritos más potentes. Cada sensibilización es una herida, a veces insoportable.
Volvamos la pregunta a nosotros: ¿qué enunciados nos paralizan? Seguramente cuando nos catalogan como “intelectuales”, “intérpretes” o “expertos”: otros tantos equivalentes de la posición del cafisho o del parásito en la dinámica social. Por eso, es como si cada vez debiéramos afirmarnos desde el vacío. Aprender a manipular esas palabras que están allí para congelarnos, para animar toda una fantasmagoría culposa a nuestro alrededor y poner en marcha una ingeniería afectiva destinada al derrumbe y la resignación personal y colectiva. Sin embargo, nunca partimos realmente de cero, sino de un anclaje en relaciones de fuerzas que nos constituyen y de las que participamos. Es ese enjambre de fuerzas se juega para todos nosotros cualquier posibilidad de desobediencia vital.
Sonia nos entrega otra clave: ella va cambiando de piel. Dice ser la madre, la puta, la mujer, la amiga, la pobre, la hermana. También dice no ser nada de eso. ¿Quién más pudiera hablar desde todos esos lugares y a la vez no necesitar de ninguno? ¿Quién más pudiera sobrevivir con esa destreza al interrogatorio policial (siempre proveniente de un/a “compañero/a”) que dice: ¿Y vos desde dónde hablás?
Por esto mismo la palabra de Sonia tiene la fuerza de convocar un nosotros/as que cambia de tamaños, de alcance, de lengua. Y nos pone bajo una interrogación mayor: ¿qué es hacer una alianza con esa palabra tan poderosa que se convierte en “anfitriona” de un cambio social profundo?
colectivo Situaciones.
No es fácil encontrar la fragilidad necesaria para investigar en nosotros y decirnos en voz alta las palabras que nos paralizan. Escuchar cómo salen de nuestra garganta, llenas de angustia. La escuchamos a Sonia: vemos la fuerza que pone en juego para decir “puta” y, en ese momento, desarmar todo lo que en esa palabra la atemoriza, inhibe y lastima.
Sonia nos obliga a esa misma pregunta. Porque ella hizo de ese ejercicio una interpelación pública. Se queda sin refugio, sin falsas dignidades ni protecciones mentirosas. Y desde allí nos habla. Por eso, al escucharla, quedamos obligados a poner sobre la mesa nuestros propios miedos y privilegios. No hay posición desde la que escuchar a Sonia que no exija ponernos a nosotros/as mismos/as en ese estado de desnudez y valentía para intentar estar a la altura de su palabra.
Nuestros cuerpos han estado durante mucho tiempo endurecidos por el esfuerzo de tapar y soportar nuestros agujeros, nuestros miedos. En torno a ellos se entretejen los hilos de una complicidad que suele ahogar hasta los gritos más potentes. Cada sensibilización es una herida, a veces insoportable.
Volvamos la pregunta a nosotros: ¿qué enunciados nos paralizan? Seguramente cuando nos catalogan como “intelectuales”, “intérpretes” o “expertos”: otros tantos equivalentes de la posición del cafisho o del parásito en la dinámica social. Por eso, es como si cada vez debiéramos afirmarnos desde el vacío. Aprender a manipular esas palabras que están allí para congelarnos, para animar toda una fantasmagoría culposa a nuestro alrededor y poner en marcha una ingeniería afectiva destinada al derrumbe y la resignación personal y colectiva. Sin embargo, nunca partimos realmente de cero, sino de un anclaje en relaciones de fuerzas que nos constituyen y de las que participamos. Es ese enjambre de fuerzas se juega para todos nosotros cualquier posibilidad de desobediencia vital.
Sonia nos entrega otra clave: ella va cambiando de piel. Dice ser la madre, la puta, la mujer, la amiga, la pobre, la hermana. También dice no ser nada de eso. ¿Quién más pudiera hablar desde todos esos lugares y a la vez no necesitar de ninguno? ¿Quién más pudiera sobrevivir con esa destreza al interrogatorio policial (siempre proveniente de un/a “compañero/a”) que dice: ¿Y vos desde dónde hablás?
Por esto mismo la palabra de Sonia tiene la fuerza de convocar un nosotros/as que cambia de tamaños, de alcance, de lengua. Y nos pone bajo una interrogación mayor: ¿qué es hacer una alianza con esa palabra tan poderosa que se convierte en “anfitriona” de un cambio social profundo?
colectivo Situaciones.
ya publicare las otras miradas .........